Comentario
La dinastía Ming se había impuesto en China tras la revolución de 1368, que había terminado con la dinastía Yuan de los mogoles gengiskánidos, ajena a las tradiciones administrativas y culturales chinas y sólo apoyada en el mantenimiento del orden interno y el cobro de impuestos necesarios para mantener un Imperio creciente. Sentimientos xenófobos, rebeliones agrarias y divisiones palaciegas internas propiciaron el triunfo de la insurrección, que supuso la vuelta al pasado y la tradición y el repliegue hacia el interior. El nuevo Estado adoptó el nombre de Ming, que quiere decir brillante, claro, y sus primeros emperadores consiguieron un período de prosperidad, tranquilidad y desarrollo basado en una administración eficaz y centralizada.
Efectivamente, se retomó la tradición de los exigentes exámenes literarios para el ascenso escalonado en la carrera burocrática, que garantizaba la ocupación de los puestos directivos por los más eficaces, lo que dio lugar a una gran movilidad de la sociedad china, que nunca había sido muy cerrada. La reorganización administrativa quedó definida durante los primeros reinados para los siglos siguientes, utilizando elementos tradicionales para el reforzamiento del poder imperial, que adquirió un cariz autocrático y despótico basado en una fuerte centralización. Los trece gobiernos provinciales, divididos a su vez en 159 prefecturas y éstas en cantones, dependían de un gobierno central, en cuya cúspide se encontraba el emperador con poder absoluto. El Hijo de Dios era la fuente de la ley y el jefe del ejecutivo. Los seis ministerios (Finanzas, Guerra, Justicia, Personal, Ritos y Obras Públicas) quedaron bajo su control y se eliminó la autonomía provincial. El Consejo imperial (nei-ko), que asistía al emperador sin facultades de decisión, logró sin embargo una gran influencia política y social a través del control de los exámenes de la administración, de la educación del príncipe heredero y de la presidencia de ciertos rituales religiosos y ceremoniales.
Los consejeros del emperador encontraron sus rivales en los eunucos, que desde mediados del siglo XV alcanzaron gran influencia al controlar las decisiones del nei-ko, y cuyas atribuciones fueron aumentadas por los emperadores recelosos del creciente poder de los altos funcionarios letrados. Los diferentes partidos de eunucos acabaron dominando de hecho en la política interior al alcanzar gran predicamento sobre la voluntad del emperador, en cuya intimidad vivían desde que era niño. Esta favorable situación alentaba las ambiciones de personas que se sometían voluntariamente a la castración con tal de conseguir un preeminente puesto social.
A ello se añadía la Censoría (tu ch´a -yuan), cuerpo central de censores existente en las dinastías anteriores que ahora vio acrecentado su poder al situarse entre consejeros y eunucos, sobre los que tenía derecho de control e inspección, así como sobre los cuerpos inferiores de la Administración. Ello explica su intervención en los frecuentes enfrentamientos internos que alteraban la vida del país.
A todo ello hay que añadir un potente ejército, dependiente del emperador, máximo jefe militar. La promoción dependía de la valía personal y la lealtad al soberano. Las mejoras técnicas y el nuevo armamento, en parte propiciado por el contacto con el comercio occidental, aumentan su eficacia y hacen esperar una nueva fase de expansión militar a comienzos del siglo XVI, definitivamente abortada a mediados del mismo.
La centralización de la maquinaria administrativa y militar propiciaba el reforzamiento de la autoridad imperial, absoluta e incluso despótica, que se asentaba sobre las apetencias de diversos sectores sociales -funcionarios, eunucos, censores, militares- cuyas ambiciones se contrarrestaban mutuamente. Sin embargo, permitía el establecimiento de banderías enfrentadas entre sí en su deseo de imponer su propia candidatura a príncipe heredero, que era elegido por el emperador entre sus numerosos hijos de diversas madres. Cualquier posible debilidad de la máxima autoridad era aprovechada por algún partido que lograba el valimiento. Pese a ello, entre estos favoritos se encontraba uno de los grandes estadistas chinos, Zhang Juzheng (1525-1582), miembro del Consejo, del que se convirtió en gran secretario en 1567. Los logros y la prosperidad de China durante estos años se debieron en buena medida a la inteligencia de sus medidas, que pudo llevar a efecto con la confianza de los emperadores Longqing (1567-1572), autócrata ilustrado, y Wanli (1573-1616). La defensa de los campesinos frente a los grandes propietarios, las obras públicas y el control del gasto de la Corte sentaron las bases de una posible recuperación económica, que no tuvo lugar ya que a la muerte de Zhang Juzheng las diversas banderías dominaron el interior del país, que entró en una clara decadencia.